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domingo, 16 de septiembre de 2012

La Odisea (Homero)



CANTO I
 
Cuéntame, Musa, la historia del hombre de muchas astucias que anduvo perdido después de la caída de Troya. Aquel que conoció tantas tierras y sufrió sin fin en el mar por salvar su vida y la de sus compañeros. Aunque todo fue en vano, porque fueron víctimas ellos de su propia estupidez, pues se comieron las vacas de Helios y ese día perdieron la esperanza de regresar. Cuéntame, diosa, hija de Zeus, algo de estos sucesos.

Todos los héroes de Troya que habían escapado a la muerte estaban ya con los suyos. Solo Odiseo seguía lejos. Lo retenía la ninfa Calipso en su cueva con el deseo de hacerlo su esposo. Pero habían pasado los años y los dioses tenían ya decidido que regresara a su casa en la isla de Ítaca. Estaban todos de acuerdo salvo Poseidón, que siempre le había guardado rencor a Odiseo. Los inmortales se encontraban ahora reunidos en el Olimpo en el palacio de Zeus, cuando Atenea tomó la palabra.
«Mi corazón se apena por el pobre Odiseo —dijo—, que lleva ya mucho tiempo lejos de casa. Ahora lo tiene la ninfa Calipso retenido en una isla azotada por las corrientes en el mismísimo ombligo del mar. Quiere hechizarlo para que se olvide de Ítaca, pero antes que eso él preferiría la muerte. Padre, ¿por qué le tienes tanto rencor?».

Entonces el padre Zeus, hijo de Cronos, le contestó:
«Hija mía, Atenea, ¡cómo podría irritarme con Odiseo! Es Poseidón el que no deja de odiarle por culpa de su hijo, el cíclope Polifemo. Odiseo lo dejó ciego de su único ojo, y por eso lo hace vagar perdido lejos de casa. Pensemos ahora la manera de que regrese y Poseidón tendrá que olvidar su cólera, pues no podrá oponerse a la voluntad de todos nosotros los inmortales».
Eso dijo, y Atenea, la de ojos brillantes, le contestó:

«Padre, si por fin les agrada a los dioses que regrese a su casa el astuto Odiseo, enviemos a Hermes para que anuncie enseguida a la ninfa Calipso nuestra decisión. Yo mientras iré a Ítaca para hacer que su hijo Telémaco convoque la asamblea de los griegos y ponga así freno al abuso de los pretendientes que llevan ya mucho tiempo sacrificando a su costa hermosas ovejas y bueyes. Lo mandaré también a Esparta y a Pilos para que haga averiguaciones sobre su padre y vaya ganando fama de hombre valiente».

Diciendo esto, se calzó la inmortal Atenea sus doradas sandalias, cogió una lanza de bronce, grande y pesada, y descendiendo desde las cumbres del Olimpo llegó hasta el pueblo de Ítaca, a la casa de Odiseo, disfrazada de Mentes, un forastero. Allí encontró a los pretendientes comiendo y bebiendo vino, sentados en pieles de bueyes que ellos mismos habían sacrificado. El primero en ver a Atenea fue Telémaco, que estaba sentado entre ellos, triste, pensando en su padre. «Bienvenido seas, forastero —le dijo— te daré de comer y beber, después me dirás en qué te puedo ayudar».
Una esclava le lavó las manos con agua de una jarra de oro. Otra preparó la mesa, le reservó los mejores trozos de carne y junto a ellos le sirvió vino en una copa de plata. Luego entraron con arrogancia los pretendientes. Les lavaron las manos, les acercaron canastas de pan y llenaron sus copas. Y una vez que hubieron comido y bebido, comenzó el canto y la danza. Femio el aedo cogió la lira y cantó, y entonces Telémaco habló a Atenea de esta manera:

«No te irrites, amigo, pero estos que ves aquí se están comiendo de balde la hacienda de un hombre cuyos huesos deben de estar bajo el mar o blanqueándose en alguna playa. Se ha cumplido su triste destino y ninguna esperanza nos queda, por más que alguno asegure que volverá. Pero, vamos, dime, ¿de dónde vienes?, ¿quién eres?, ¿qué barco te ha traído hasta aquí? Porque no creo que hayas podido venir caminando».
Atenea, la de ojos brillantes, le contestó:

«Soy Mentes, rey de los tafios, amantes del remo, y acabo de llegar con mi nave de camino a otras tierras. Vamos hacia Temesa en busca de bronce, llevamos una carga de hierro. Debes saber que nos unen relaciones de amistad del tiempo de nuestros padres. Puedes preguntar a tu abuelo Laertes, aunque he oído que ya no baja a la ciudad, sino que está retirado en el campo. Vine porque oí que estaba tu padre en el pueblo, pero parece que los dioses no le han dejado regresar todavía. Ten por seguro que no está muerto, y escucha ahora porque te voy a decir una profecía que me han inspirado los dioses. Tu padre ya no estará mucho tiempo ausente, aunque le pongan cadenas, que ya sabrá él arreglárselas con su ingenio. Pero dime, ¿quién eres? ¿Realmente eres tú el hijo de Odiseo?».

Y Telémaco entonces se lamentó:
«¡Ojalá pudiera yo ver a mi padre envejecer en su propia casa!».
Al preguntar Atenea qué clase de banquete era el que celebraban con arrogancia aquellos desvergonzados, Telémaco le contó la ausencia de su padre desde que marchó para Troya, y cómo todos los poderosos de Ítaca y de las islas vecinas, pretendían a su madre Penélope, que ni era capaz de pararles los pies, ni tampoco casarse con ninguno de ellos, en tanto que arruinaban su hacienda en banquetes y lo amenazaban a él.

1 Musa: diosa de las artes que proporciona a los poetas inspiración para componer.
2 Helios: dios del sol.
3 Zeus: el primero de los dioses. Gobierna sobre todo.
4 Ninfa: divinidad de la naturaleza asociada a fuentes, ríos, montes, bosques o algún otro lugar concreto.
5 Olimpo: el monte Olimpo, en la Grecia continental, donde habitan los dioses.
6 Hermes: hijo de Zeus, dios de los viajeros y comerciantes, y mensajero de su padre.
7 Aedo: cantor profesional que se ganaba la vida cantando historias de héroes y dioses para el público.

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